La vida de los banqueros centrales cambió radicalmente hace unos doce meses. Durante más de una década, su principal preocupación había sido combatir –con tipos de interés bajos y negativos y compras masivas de deuda– una inflación que estaba persistentemente por debajo de su objetivo (2% a medio plazo, el nivel considerado óptimo para favorecer el crecimiento económico sano). El pasado verano, sin embargo, estalló bajo sus pies una espiral inflacionista que minusvaloraron en un principio como un fenómeno "transitorio" y que un año después están lejos de conseguir embridar, sobre todo por la incertidumbre de la guerra en Ucrania. De hecho, ahora se enfrentan al dilema de si mantener el ritmo acelerado de la subida de tipos para combatir la escalada de los precios o moderarlo ante el creciente riesgo de recesión.
Los bancos centrales se debaten entre la inflación disparada y el riesgo de recesión
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